Editorial 3 de Agosto

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Moverse. Ir de acá para allá. En definitiva, cruzarse de un lugar a otro. Ese pareciera ser un simple derecho de cumplir. Bastaría con tener las ganas, Los anhelos, la esperanza, la voluntad y finalmente los medios para hacerlo. Sí uno quisiera y pudiera podría hoy empezar una larga caminata que lo lleve algún tiempo a un sitio tan alejado como Alaska. Sería cuestión de medios e impulso. El impulso para seguir y los medios para lograrlo.

Hace más de quinientos año un loco que quería viajar a donde el mundo terminaba, sólo tuvo que hallar una pareja de reyes con fuertes ambiciones imperiales para que financiaran sus tres carabelas. Impulso, de un tipo que pensaba que el mundo no era una tabla sobre cuatro tortugas, y medios, de unos reyes - piratas con ganas de enriquecerse.

Pero el mundo ha cambiado mucho desde aquellos tiempos. Aunque tenemos más impulsos y mejores medios sigue siendo un problema para varios transportarse de un lugar a otro. Las mercancías viajan mucho más rápido y más lejos que las personas. Pasan las fronteras de forma legal o ilegal, las despiden de los puertos mas lejanos y las reciben en la más grandes ciudades sin demasiado problemas.

Pero las leyes que se aplican a las mercancías no se suelen usar para los seres humanos. Las personas no puede cruzar de un lugar a otro, sin un papel que le indique su identidad … Cómo si semejante cuestión dependiera de un papel encartonado. Las armas checas que le sirven a un individuo de Somalia para asesinar a otro, pueden arribar a Mogadiscio en dos semanas desde París; pero ese Somalí no podrá llegar a la capital francesa en el mismo lapso de tiempo.

Por que es ahí cuando vuelven aparecer las fronteras. Fronteras internacionales o fronteras mentales, pero fronteras al fin. Que sólo sirven para dividir y separar, ceñirnos a un lugar en el mundo. La frontera política y racial del gobierno de Arizona en los Estados Unidos en contra de los inmigrantes hispanos, las fronteras mentales de los franceses que buscan eliminar a gitanos y musulmanes del suelo galo.

A ese mundo, empeñado en mantener las fronteras entre los hombres y mujeres del mundo, pero resuelto en dejar viajar a las mercancías… a ese mundo dirigimos hoy nuestro catalejo.
Porque al igual que los viejos exploradores tenemos el impulso de ir más allá de lo que vemos. Queremos un mundo en donde los problemas para viajar los tengas las mercancías pero no los seres humanos. Un mundo al que lleguemos con una pequeña y maciza embarcación. Una nave inspirada en la idea que el “otro” es uno mismo. En definitiva… una nave impulsada por la igualdad.


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